martes, 23 de abril de 2013

CHIP




El 1 de enero de 2027 se impuso el uso del chip de identificación en todas las personas del mundo. Sí, en las personas humanas. Claro.
Ya mucho antes del 2000 se había hablado del tema y, pese a que muchos decían que esas eran cosas de Asimov o de Bradbury, algunos empezamos a preocuparnos. Más nos preocupamos cuando en el 2010 empezaron el uso sistemático en los perros y demás mascotas.
— Ahora se acabó el problema de los cachorros que se escapan y uno no sabe por donde buscarlos — decían las señoras gordas contentas de que sus caniches o sus chihuahuas o sus qué sé yo qué perros caros, chicos, ladradores, falderos y estúpidos tuvieran implantados en el cuero un chip que permitía su rastreo inmediato a través de la computadora con uno de los tantos programas “searchermongo” o “findernoséqué” que se vendían como pan caliente en cualquier casa de informática a la vuelta de la esquina.
Si bien por nacimiento pertenezco a la vetusta generación de los que nacieron a mediados del siglo pasado, por decisión me he integrado a los grupos de las postrimerías, es decir, a los que pertenecen a la generación del Pentium, al ya arcaico Windows y los últimos discos rígidos con memoria limitada —¡y entonces 10 gigabytes era una barbaridad! — Siempre usé de la tecnología tratando de que ésta me usase lo menos posible. Cuando poco después del 2000 empezaron a proliferar los cyber body building llevando al extremo la filosofía (¿?) del físico culturismo, la onda ligth y esa estúpida costumbre de reunirse exclusivamente para meterse, y matarse de agotamiento, dentro de una máquina “armacuerposlindos” empezamos a ser rechazados los que manteníamos con orgullo una digna panza de señor cincuentón honorable. Yo me acordaba del “Diario de la guerra del cerdo”, de Bioy Casáres, un viejo libro de la época de los libros en papel, y le decía a mis amigos:
— En cualquier momento les va a molestar que ocupemos espacio y buscarán la vuelta para mandarnos a cuarteles de invierno.
No fue necesario. Cuando en el 2006, por encontrar la vacuna contra el VIH metieron la pata y liberaron el gas de inmunodeficiencia absoluta, los primeros que cagaron la fruta fueron los que tenían más de sesenta. Y los bebés durante diez años. Así que los viejos que quedamos teníamos poco más de cincuenta, todavía conservábamos algunas defensas y no jodíamos demasiado. Pese a las lagrimas de cocodrilo y los tantos discursos hipócritas de lamentación, la sociedad se sintió aliviada: no había viejos que mantener ni niños que cuidar. Diez años de culto absoluto al físico perfecto y a una economía destinada a los elegidos. La selección natural de las especies cumplía una vez más su cometido de dejar a los más aptos. ¡Otra que Hitler! Así fue que, dentro de las tantas pavadas a las que se dedicaron los científicos, volvieron a joder con el asunto del chip de identificación. Basta de documentos de identidad, número de registro, carnet de asociado al club, número de jubilación o cosa parecida. ¡El chip de identificación le soluciona la vida! ¿Son las nueve de la noche y su marido aún no llegó a casa? ¡Pregúntele a la computadora y sepa dónde está! ¿Su empleado tarda mucho en hacer un trámite? ¡Consulte en la computadora de recursos humanos y lo ubicará inmediatamente!
Y la estúpida sociedad estaba de lo más contenta. ¿La privacidad? ¿Para qué quiere privacidad una sociedad perfectamente globalizada en la que el interés común es su único objetivo?
Ese 1 de enero de 2027 en el que el mundo de la gente joven, de cuerpo esbelto y músculos marcados celebraba el más absurdo de los pasos dados por la humanidad en el abismo de la estupidez, descorché una de las viejas botellas de vino que aún conservaba entre mis viejos libros de papel y me emborraché brindando por los recuerdos.
Allá por '99 había conversado con una amiga señalándole que en cualquier momento se impondría el uso de un documento universal. Ya estaba el pasaporte de la Comunidad Europea y se hablaba de la posibilidad de hacer lo mismo con los países de América alineados en los distintos grupos o mercados, como se los denominaba.
—¡Qué divino! ¿Te imaginás? ¡Ciudadanos del mundo! ¡Qué fashion!—concluyó, utilizando una palabra que aborrecía tanto como tanto se usaba en el mundo cholulo. Y mi amiga era muy cholula, pero uno hace algunas concesiones con la gente que le hace creer que es el mejor amante del universo y alrededores.
     ¿No se te ocurre ningún comentario un poco más inteligente?
     ¿Por qué? ¿No te parece divino que no tengamos que andar sacando pasaportes, ni visas, ni nada por el estilo? Pensá en la pobre gente que tiene que ir de un país a otro por negocios o por placer y que a cada rato se tiene que comer colas inmensas, trámites horribles, pérdidas de tiempo por un simple papel.
     Claro, pero eso también significa que todos tus datos van a estar a disposición de los grandes centros de poder quienes, valga la redundancia, van a poder seguir cada paso que des en cualquier lado al que vayas.
     ¿Y? ¿Eso es malo?
     ¿No te podés bajar un rato de tu nube de pedos?
     ¡Ay! ¡Qué grosero!
     Bueno, vamos a ver si me explico: ahora van a comenzar con el documento único universal, vamos a entrar todos en un listado inmenso y pasaremos a ser una letra o un par de letras y algunos números. Para simplificar la cosa y no tener que andar decodificando nombres que al final están al pedo, ya que lo que les importará será solamente el código bajo el cual estaremos registrado, iremos perdiendo la posibilidad de conservar nuestros imperfectos nombres y caducos apellidos que han perdido su razón de ser. En su reemplazo, y volviendo a lo que era en un principio "nunc et semper", tendremos un prefijo que identificará al país, región o como sea que termine llamándose, unas letras que significarán algo y unos números que nos darán un orden dentro del gran orden que pretenden establecer. Dejando jugar a la imaginación, supongo que en unos pocos años más, los niños se saludarán diciendo "Hola PARSA 36 millones" por poner el caso de uno nacido en Paraguay, Sud América y que lleva tal número de orden.
     ¡Vos sos un exagerado!
     Ojalá. Pero aún así soy tímido. La cosa va a ir mucho más lejos. En cualquier momento nos van a poner un chip identificador para poder rastrearnos donde estemos.
     Y está bien, eso significa que podremos saber dónde están nuestros hijos.
     Claro, eso significa que en este momento tu marido sabría dónde estás.
     Sos un hijo de puta.
     ¿Yo? Hijos de puta serán los del chip ¿no te parece?
Fue una pregunta retórica, ya que como única respuesta escuché el portazo que dio al salir.
La cuestión es que hace ya tres años que, para no perder la costumbre adoptada en la era de la normalidad, soy un indocumentado universal.
Condenado a vivir sin pensión, haciendo trabajos para amigos solidarios, sin poder salir ni entrar sino a hurtadillas y escribiendo estas historias por si algún día a alguien se le ocurre reestablecer la enseñanza de la lectoescritura.
Por las dudas de que esto ocurra, quiero dejar un mensaje a la humanidad:
"¡Que se metan el chip en el fondo del culo!"
He dicho.
Oscar Boubée, Las Vegas, 1997



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