Como previa a la carrera de padre, comencé practicando como
tío. Así, cuando nació mi primera hija, ya sabía cambiar pañales (¡de los de
tela!), bañarla, prepararle la comida (aunque sus variantes eran muy pocas) y
hacerla dormir. Después, por esas cosas de la vida y las singularidades propias
de mi propia vida, tuve más hijos. Más. Muchos más.
Además de mis hijos biológicos, como si fuesen pocos, sumé a
mis hijos de corazón. Más. Muchos más.
Cuando pienso que a veces me equivoqué por tal o cual razón,
aparece un hijo (o una hija, claro, se entiende) a decirme que para él (o ella)
no estuve equivocado. Así que lo que para unos fue bueno, para otros puede no
haberlo sido. Y viceversa.
No sé si porque mi padre murió cuando yo tenía quince años y
poco después me largué a vivir solo, tomé muy en serio lo dicho por Kahlil
Gibran.
“Tus hijos no son tus hijos, son hijos e hijas de la vida deseosa
de sí misma. No vienen de ti, sino a través de ti y aunque estén contigo no te
pertenecen.
Puedes darles tu amor, pero no tus pensamientos, pues, ellos
tienen sus propios pensamientos.
Puedes abrigar sus cuerpos, pero no sus almas, porque ellas,
viven en la casa del mañana, que no puedes visitar ni siquiera en sueños.
Puedes esforzarte en ser como ellos, pero no procures
hacerlos semejantes a ti porque la vida no retrocede, ni se detiene en el ayer.
Tú eres el arco del cual, tus hijos, como flechas vivas, son
lanzados. Deja que la inclinación en tu mano de arquero sea para la felicidad”.
En el Día del padre, agradezco a mis hijos el ayudarme a
aprender a serlo (¡espero terminar de aprender algún día!).Todos, están en mi
corazón. Si, como dice el poeta, no puedo visitar, ni en sueños, sus casas del
mañana, ellos y ellas habitan y habitarán mi casa del siempre.
¡Feliz día, hijos, por permitirme vivir el DÍA DEL PADRE!