domingo, 31 de marzo de 2013

SOBERBIA ¿PECADO O VIRTUD?



En un mundo en el que hay que sobreponerse a las adversidades, teniendo, muchas veces que ser un superviviente, impulsado permanentemente por las exigencias de superarse tratando de hacer la cosas de manera superlativamente buena, ser soberbio no puede ser pecado ya que SOBERBIA comparte exactamente la misma raíz latina: superbus (con acento en la p, es decir con destaque intervocálico en su pronunciación. Más o menos como si dijeses sup-perbus). Sigo. Me parece bastante contradictorio que nos pidan que seamos humildes cuando eso significa que nos postremos en tierra mostrando que los demás tienen dominio sobre aquellos que se hacen parte de la tierra (humus). Claro que no se trata de postrarse un rato y luego acostarse a descansar en colchón de plumas ¿no?
Me parece que mientras algunos nos venden sus productos insuperables y de calidad suprema, esperan que los recibamos tirados en el piso, rindiéndoles pleitesías a lo superior.
Fuera, y más allá, de la dicotomía maniqueísta de bueno-malo, pecado-virtud, me parece que vale (valdría) la pena reflexionar sobre la responsabilidad de la soberbia. ¿QUÉÉÉÉÉ? Sí, claro. Si uno ha sido un sobreviviente, superando las adversidades, etc. etc. tiene que seguir demostrando que es capaz de seguir haciendo lo mismo. Y, llegado el caso, tomar el timón y decir: “Yo me hago cargo”.
Hay gente que manda y gente que lidera. Los que mandan, habitualmente (y tengo muchos ejemplos para citar. Quizás algún día) se hacen los humildes y siempre tienen a mano un ejecutor de sus órdenes que se encarga, a su vez, de hacerlas ejecutar. Los que mandan, casi siempre, atienden con sonrisas, saludan con palmandas, prometen reencuentros.
Los que lideran, dicen las cosas de frente, son precisos en sus instrucciones y se comprometen en los resultados, sean buenos o no. No pueden ser humildes porque tienen la responsabilidad de asumir los desafíos y SUPERARLOS. ¿Me explico?
Ojo. No tiene nada que ver con la VANIDAD, cuyo origen se remonta a vacío, cualidad de lo vano, pura apariencia.
No pretendo emular a Ayn Rand y su libro La virtud del egoísmo (The virtue of selfishness: a new concept of egoism, 1964), pero, vale la pena reflexionar sobre la responsabilidad de la soberbia ¿no?

sábado, 30 de marzo de 2013

LOS LIBROS Y YO

Dentro de las tantas cosas que hice en mi vida para sobrevivir, y que no forman parte de mi currículo por falta de calificación académica (pese a que son las que más formación me brindaron) y porque es poco probable que le interese a alguien, he sido lector contratado. Además de haberlo sido para una editorial, que me pagaba para leer manuscritos y opinar (debo haber cometido más errores que aciertos, porque no salió de mi lectura ningún premio de nada, pese a que el negocio funcionó porque se editaron muchos libros), fui lector de un estudiantes para cura.

El estudiante en cuestión (ya había pasado por el seminario y le faltaban aprobar unas cuantas materias que rendía mientras ejercía de diácono en la catedral de mi ciudad pueblo) estaba casi ciego y, obviamente, necesitaba que le leyeran los libros de texto. Como era amante de la literatura (incluso llegó a escribir unas novelas más o menos interesantes), también me hacía leerle diversos libros sobre temas variados.

La referencia viene a cuento porque, en esos períodos que duraron unos tres o cuatro años, leía, obligatoriamente, unas seis horas diarias. Luego, llegaba a mi casa y, como no había televisión, para entretenerme, me ponía a leer.
Fuera de estos lapsos, he sido siempre un lector de unas cuatro horas diarias, poco más, poco menos, con algunas épocas de lectura maratónica, en las que leía más de ocho horas por día.

Tomando como promedio que la lectura de una página demanda un minuto y medio, que un libro tiene un promedio de 250 páginas, y una media de cuatro horas diarias de lectura, llegué a la conclusión de que debo haber leído más de 11.500 libros en 50 años de lectura.

Ahora bien. ¿Qué he leído? De todo un poco.

¿Qué rescaté de la lectura? Palabras, ideas, imágenes…

¿Me sirvió de algo leer tanto? Sí, de algo.

¿Es necesario leer tanto? No, ni cerca. Lo único que logré fue hacerme un lío bárbaro en el que se me mezclan autores, títulos, contenidos, épocas… Y como en la anárquica organización de mi biblioteca, cada vez que debo buscar un libro (o una cita en mi mente) me pierdo en la confusión del caos. Claro que, al buscar un libro en la confusión caótica, suelo encontrarme con aquel que no recuerdo haber leído, y lo empiezo a leer una vez más. Y al buscar un recuerdo, me pierdo en los intrincados laberintos de la memoria, en los límites de la memoria y el olvido, en los habrá sido o me parece.

Dice Umberto Eco en su libro “Nadie acabará con los libros” (Diálogos con Jean-Claude Carrière. Edit. Lumen) “A los que vienen a mi casa por primera vez, descubren mi biblioteca y no encuentran nada mejor que preguntarme ‘¿Los has leído todos?’, tengo diferentes maneras de responder. Un amigo mío contestaba ‘Aún más, señor, aún más’. Por mi parte, tengo dos respuestas; la primera es: ‘No, estos libros son los que tengo que leer la semana que viene. Los que ya he leído están en la universidad’. La segunda respuesta es: ‘No he leído ninguno de estos libros. Sino ¿para qué los tendría?’. Obviamente, hay otras respuestas, más polémicas, para humillar más al interlocutor y frustrarlo.”

Cité a Eco, porque me resultó cómico encontrar cómo, salvando las distancias, los que tenemos muchos libros en la biblioteca somos vistos como bichos raros, sapos de otro pozo, sujetos de análisis de los lelos.
Es habitual que la gente me pregunte cómo comenzar una biblioteca, cuáles deberían ser los libros básicos. Hace años que respondo lo mismo: “El príncipe, de Maquiavelo; Elogio de la locura, de Erasmo de Rotterdam; Utopía, de Tomas Moro y La Biblia.”

No sé si estoy realmente convencido de que estos sean los libros fundamentales o si lo hago por comodidad. ¡Es tan difícil elegir y sugerir! Cada vez que quiero extender la lista, me agobio, me domina una suerte de saturación mental, se me arraciman autores, títulos, vivencias…

Los libros son para mí mucho más que papeles impresos.

Mi primera biblioteca la heredé de mi padre y la fui ampliando con aquellos libros de infancia y adolescencia, con muchos de la Editorial Tor, la Colección Robin Hood, Salgari, D’Amici, Horacio Quiroga, Sarmiento… Me la quemaron en 1976 cuando, asustada por cómo llevaban, sin motivo y sin destino, a muchos amigos y amigas con la simple excusa de que “tenían libros subversivos”, mi madre, sin saber diferenciar a justos de pecadores, decidió quemar todos, reeditando lo de Arnaud-Amaury y los albigenses[i]. Eran algo más de 3.700 libros.

Pocos años después, aún durante la dictadura militar de la Argentina (1976-1983), volví a armar una nueva biblioteca. Esta vez, más modesta y con título “molestos” encubiertos (Compraba libros de cocina, de religión, de manualidades… y usaba sus sobreportadas para disfrazar algunos títulos “sospechosos”). Un romance frustrado y una mujer despechada y vengativa, hicieron que mis libros fuesen “la semilla” de una librería de usados. Otra biblioteca perdida.

Una nueva pareja con una bibliófila, me llevó a unir vidas y bibliotecas. Al separarnos, fue muy difícil diferenciar “los míos, los tuyos y los nuestros”. Había sido una relación larga, habíamos comprado muchos libros… otro adiós doloroso. Aún recuerdo títulos que jamás podré reponer.

Hoy, aunque para muchos sea una biblioteca importante, la que tengo es, para mí, una biblioteca modesta. Quizás con algo más de 2.000 volúmenes. Ya ni los cuento. Ni los ordeno. Como ya dijera, conviven en armónica anarquía invitándome al juego de buscar azarosamente cada vez que necesito una referencia.

No sé cuál será el futuro soporte de los libros. Probablemente, llegue a ser un lujo tener libros en papel. Quizás se imponga el e-book o algún remedo de archivo sempiterno, sujeto a la moda tecnológica y condenándonos a la dependencia de algún artefacto para su lectura. ¡Pensar que el libro es una máquina perfecta. No necesita más energía que nuestra mirada para encenderse y nuestra imaginación para desarrollarse!

Sea como fuere, siempre tendremos un libro de papel a mano, luchando denodadamente por sobrevivir a cualquier futuro Farenheit 451[ii].




[i] Béziers, ciudad considerada en el siglo XIII como hereje al estar habitada por numerosos cátaros, fue asediada por el legado papal Arnaud-Amaury, Abad de Cîteaux y cabeza de la orden cisterciense. Tras un breve sitio, los cruzados pudieron tomar las murallas de la ciudad y acceder a su interior, conquistándola. Según Cesáreo de Heisterbach, que escribió más de 50 años después de los hechos, el jefe cruzado Arnaud-Amaury ordenó a sus soldados masacrar a todos los cátaros; cuando los oficiales preguntaron cómo diferenciar a los católicos de los herejes cátaros, el legado papal contestó: "Matadlos a todos, Dios reconocerá a los suyos" y toda la población de la pequeña ciudad fue asesinada sin ningún tipo de distinción ni consideración.
[ii] Fahrenheit 451 es el título de una novela distópica publicada en 1953, cuyo autor es Ray Bradbury. El término "Fahrenheit 451" hace referencia a la temperatura a la que el papel de los libros se inflama y arde (equivale a 233º C). La historia fue llevada al cine en 1966 por François Truffaut.

jueves, 28 de marzo de 2013

¡QUÉ LINDA NENA!

Foto: ¡QUÉ LINDA NENA!
Mirando Facebook, es muy común ver fotos de criaturas (hasta hay una de una nieta mía) que nos llevan a decir ¡qué linda la nena! Pero algo me llama la atención, me prende una alarma, me suena raro en la cabeza. ¿Es esa una pose infantil? 
En los Estados Unidos son muy comunes los certámenes de belleza infantiles. Incluso suelen pasar por la tele (ni idea de qué canal) algunos casos de “Pequeñas princesas” o cosa parecida. ¿Es esto lógico?
Sé que me expongo a que digan (o, al menos, que lo piensen) que ya estoy viejo para entender las nuevas modas. Eso se dijo siempre. También lo dije a mis padres cuando empezó la Nueva Ola. Sin embargo, me parece que hay cosas que deberíamos analizar a pesar de los nuevos tiempos. 
Pedófilos los hubo siempre. Incluso era normal en la antigua Grecia. Hasta algunas religiones los veían normal (¿veían?). Pero hacerles el caldo gordo incitándolos con nuestras propias niñas, exhibidas como adultas o remedos de estas, me parece demasiado torpe, tonto, inadecuado y hasta procaz. 
Unos dirán que soy un exagerado. Otros, que siempre veo el lado malo de la cosas. Otros, quizás, reflexionen.
Mirando Facebook, es muy común ver fotos de criaturas (hasta hay una de una nieta mía) que nos llevan a decir ¡qué linda la nena! Pero algo me llama la atención, me prende una alarma, me suena raro en la cabeza. ¿Es esa una pose infantil?


En los Estados Unidos son muy comunes los certámenes de belleza infantiles. Incluso suelen pasar por la tele (ni idea de qué canal) algunos casos de “Pequeñas princesas” o cosa parecida. ¿Es esto lógico?


Sé que me expongo a que digan (o, al menos, que lo piensen) que ya estoy viejo para entender las nuevas modas. Eso se dijo siempre. También lo dije a mis padres cuando empezó la Nueva Ola. Sin embargo, me parece que hay cosas que deberíamos analizar a pesar de los nuevos tiempos.


Pedófilos los hubo siempre. Incluso era normal en la antigua Grecia. Hasta algunas religiones los veían normal (¿veían?). Pero hacerles el caldo gordo incitándolos con nuestras propias niñas, exhibidas como adultas o remedos de estas, me parece demasiado torpe, tonto, inadecuado y hasta procaz.


Unos dirán que soy un exagerado. Otros, que siempre veo el lado malo de la cosas. Otros, quizás, reflexionen.

NUNCA EN DOMINGO

Además de ser una película protagonizada por Melina Mercouri y Jules Dassin que ganó el Óscar de 1961 a la mejor música y canción original, canción que se nos pegó durante muchos años (aún la recuerdo), es, también, parte de mi filosofía de vida.

Los domingos no abro mi computadora, ni accedo a Internet, ni enciendo mi celular, salvo que haya pactado de antemano con alguien una charla en Skype o que tengan que llegar a casa y no conozcan el camino. Una vez que terminé mi charla o llegaron los invitados, chau compu y chau celular. 


Quienes visitan mi casa saben que el domingo es el día del señor. Y, al menos en casa, el señor soy yo. Así que si quieren asado, que lo hagan. Si quieren servicio, que se sirvan. Les presto mi casa, saludo cordialmente, participo un rato y luego me dedico a mí. Fundamentalmente, leo. Y aprovecho a ver tele.
Excepcionalmente, puedo ir a algún lugar del interior, no muy lejano, como para poder volver antes de que oscurezca. 


No voy a asados ni a comidas ni… a nada que pueda querer acompañar con vino o cerveza, porque, aunque en desacuerdo con la intolerancia de tolerancia cero, debo respetarla. Y no da gusto asado con gaseosa ni con agua.
Esto viene a cuento de la gente que me dice: te escribí y no me contestaste o te llamé y tu celular estaba apagado. 


No es mala onda ni argelería. Es un día para mí. Solo para mí. ¿Egoísmo? Y… puede ser pero, seis a uno, es una proporción comprensible ¿no?




PERIODISMO IRRESPONSABLE

“Los medios de comunicación deben apoyarse en tres pilares fundamentales: entretener, informar y educar. Esto está en el abc de la carrera de periodismo, acá y en la China (bueno, en la China, realmente, no sé, pero en el resto del mundo, sí).

La realidad nos muestra que, en la región en general y en el Paraguay en particular, los medios tambalean en un constante equilibrio inestable por apoyarse, alternadamente en dos de los pilares, y mal. 

El entretenimiento es vacuo, campechano, grosero y baladí. La información, sesgada de acuerdo a la orientación del medio, confusa, mal redactada y peor dicha, con mucho amarillismo sensacionalista y el rojo oscuro de la morbosidad. 


La educación, brilla por su ausencia. O, peor aún, porque, lamentablemente, no hay comunicación inocua, el pilar de la educación está reemplazado por una estructura gelatinosa, pringosa y pestiforme. Es una muy mala educación.


Cada choque, accidente variopinto, suicidio o asesinato, convoca una miríada de periodistas (¿?) buscando la repuesta más desgarradora, el ángulo más sangriento, la mirada más cruel. 
Otra muestra de la mala educación y la falta de focalización de los objetivos, es la frivolización de la información. Más que frivolidad, es friboludez.”

Hasta acá, es la misma nota que levanté en julio del año pasado, cuando un periodista informaba de la falta “del aparato para hacer tomografía” (es más simple decir tomógrafo) en Emergencias Médicas. No sé si se compró. Hoy el conflicto gira en torno al corazón para Anita.


El año pasado, el gran problema, lo que acaparaba absolutamente la atención, era que esa noche se jugaba un partido contra Brasil. Hoy, es el partido contra Uruguay. 
Mientras tanto, los problemas de fondo, los que deberían acaparar nuestra atención y la de los responsables de dar soluciones, quedan a expensas de los que, con absoluta seguridad, solo esperan réditos políticos. Unos diputados dicen que se tomarán las medidas necesarias en el parlamento para proveer al IPS de USD 6 millones para comprar “corazones”.

Parece ser que Oviedo Matto, presidente del Congreso, dijo que no hay que andar pidiendo limosnas y que se podrían comprar 100 corazones, si así lo quisiesen. De lo que no me cabe la menor duda. De que se pueden comprar, claro. De si se van a comprar o si Oviedo Matto lo dijo en serio, sí me caben las dudas.
Veremos qué pasa con este post el año que viene.


Mientras tanto, Anita necesita un corazón. Y no estoy de acuerdo con hacer colectas para comprarlo. Empresarios con Responsabilidad Social y un Estado que vele por la salud de su gente, son quienes deben resolver este asunto. Así como el pueblo no gobierna sino a través de sus representantes, tampoco puede atender las demandas sociales sino a través de los mismos.

KUREPI, IGUAL QUE EL PAPA

Los otros días, en un súper, cuando al oír mi número en la fiambrería di un paso al frente interponiéndome en el desplazamiento errático de una señora que, moviéndose sin mirar, me chocó, recibí de su parte una observación por no ver por dónde ella pensaba desplazarse, exponiéndola a que me choque. 

Como me enseñaron de chiquito que la mejor salida siempre es un “disculpe”, hice uso de mi aprendizaje, le dije disculpe y traté de explicarle que la que me chocó fue ella y no a la inversa. 

La señora, ofuscada, al escuchar mi argumentación más que mi acento, ya que el pobre sufre de crisis de identidad sin poder identificarse con claridad a que región hispanohablante pertenece, me amonestó con un término que, a fuerza de casi 30 años en el país, ya ni me molesta, teniendo bien claro cuándo se usa con afecto y cuándo peyorativamente.


—Kurepi, tenía que ser— dijo, mirándome peor que el quintero a la hormiga.
—Sí, kurepi como el Papa— respondí, asombrándome a mí mismo por la ocurrencia.


La pobre señora, no sabía dónde meterse para huir de las miradas admonitorias de los demás clientes, de los despachantes de la fiambrería y de la limpiadora que dejó de pasar el lampazo solo para mirarla.
Compré el jamón y el queso acompañado por las sonrisas de quienes me circundaban.
Supongo que algunos de los que escucharon habrán pensado: “¡Estos kurepas fanfarrones! Como si no fuesen suficientes Maradona y Messi… ¡ahora también el Papa!”


¡Si supiesen que no me gusta el fútbol y que el Papa…! Pero, bueno, esa es otra historia.